viernes, 2 de julio de 2010

RELATOS CORTOS (I)

Con el comienzo de verano, la Librería de Deusto, organiza el 8º concurso de relatos cortos cuyo tema era la luna. Hace medio año, tuve el privilegio de ser el ganador del 7º concurso y como tal me invitaron a formar parte del jurado de la edición actual integrado por Josetxu (junto con Agueda responsables del evento) y Pablo Zapata, escritor y amigo de la librería.
La repercusión de mi último relato ha provocado que surja otro escritor en la sombra, Javi Calleja, el cual se ha animado también a presentar un relato corto. El nivel de los relatos ha vuelto a ser muy alto pero "Despedida de la luna" de Javi ha sido el justo vencedor por la belleza de la prosa, su claridad y contundencia, y por tratar un tema del que hablamos a menudo en privado con nosotros mismo y casi nunca en público. Zorionak Javi!
Markos
Jon Calleja, el zagal del ganador

DESPEDIDA DE LA LUNA

Una vez más allí estaba, junto al río que me vio crecer, con esa Luna que siempre me acompañó desde esa infancia consciente en la que empecé a tener la percepción de que el tiempo pasa para nosotros, carne mortal, seres con fecha de caducidad.



Había pasado ya un mes desde la última ocasión en que veía reflejada en el río de mi infancia tanto mi figura, ahora encorvada, como la de la Luna, plena y orgullosa.



En mí, la Luna, siempre tuvo la atracción de lo misterioso, de lo lejano e inalcanzable. Me seducía, me dominaba como si yo fuera una marea viva. Marcó mis sueños y anhelos de manera indeleble. Siempre quise volar para poder alcanzar esa Luna que se me antojaba remota e inaccesible.



Sólo en ocasiones contadas de mi vida falté a la cita, siempre por razones ajenas a esa voluntad mía secuestrada por su influjo. Siempre los tres: la Luna, el río y yo.



Hoy, en cambio, no podía faltar, era mi última vez. Con seguridad, la próxima ocasión en que la Luna de mi vida junto al río de mi infancia se volvieran a encontrar, yo no estaría allí. Mi fecha de caducidad había llegado, mortal e inexorable; no admitía prórroga, pero eso no me asustaba. Allí estaba yo de nuevo; junto al río y la Luna.



Fiel a mis costumbres, me senté en el mismo sitio. Incluso la hora era la de siempre: media noche. Era esta una noche de estrellas. Parecía que no sólo la Luna y el río iban a ser los únicos participantes en este aquelarre del adiós. Incluso las estrellas se reflejaban sobre ese escenario transparente que les prestaba el río de manera graciosa.



Una sucesión de imágenes pasaron por mi cabeza: mi infancia, mi adolescencia, mi juventud, mi madurez, mi senectud ocuparon también junto a las estrellas ese escenario ofrecido por el río de la vida.



No me engañaba; sabía que mi Luna lo era también de miles de millones de seres que quizá como yo hoy estarían de igual manera ensimismados, contemplando el pequeño astro blanco, fiel y predecible en la compañía que nos presta. No me importaba compartirla, pero lamentaba dejarla atrás con mi marcha a pesar de no tener ningún sentimiento especial de trascendencia, pero necesitaba descansar, descansar eternamente, descansar por siempre.



Quizá hoy, mi última vez, me animaba una secreta esperanza: si hubiera una siguiente ocasión, el río ya no reflejaría a esta mi querida Luna junto a un viejo encorvado sino junto a una estrella pequeña, muy pequeña, refulgente, una más de las miles de millones y millones que pueblan este firmamento que hoy me despide.

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